lundi 6 décembre 2010

La grande découverte

He pasado 28 años de mi vida perdiendo el tiempo. Mirar el paisaje, a veces me ha inspirado bellos poemas que nunca he llevado al papel. Pero ¿qué pueden importar los poemas que no he escrito? He leído frente a reducidos públicos mis disparates, aquello que sí alcancé a escribir, lo que me salió de la cabeza una hora antes, lo que vomité de ira sin pensar en las palabras, lo que me forcé a decir cuando no había nada interesante en mis ideas. Pura basura. Me mostré ante la gente que me vio nacer, ante los que me vieron aprender a andar en bicicleta, me mostré como escritor de la manera más soberbia y desprecié a algunos amigos que preferían la religión y leían la biblia como si en aquellos textos pudieran encontrar el secreto del mundo, buscando la salvación. Yo prefería hundirme en el abismo y así lo dije entonces. Ahora, una década más tarde, sigo en el abismo. He decidido que me he dado cuenta que no tengo nada que decir. Y aún así me gusta creer que mi pensamiento puede traducirse en un mensaje que transforme… (¡ja!) ¿Pero qué hay que transformar del mundo si todo está resuelto? Qué egoísmo el heroísmo. No lo puedo negar, nada puedo hacer contra ello (el egoísmo); es quizá la única gran característica que unifica a la Humanidad entera (el egoísmo), esa especie de animal que ha decidido que el mundo fue creado para su aprovechamiento y que si no hay signo de progreso la sociedad no existe, y que la sociedad es indispensable para el ser humano, y que el ser humano es lo más importante que hay en el universo, porque no es posible que un simio o una pulga o un murciélago o una puta hormiga puedan leer este mensaje imbécil dirigido para los únicos animales que saben interpretarlo.
Ah, pero qué bonito es vivir. Pensar en cambiar el mundo, pensar en la instauración de la paz a la mitad del caos, soñar con detener el mal, planear, discutir, prepararse ingenuamente para hacer la revolución, creer que el futuro va a ser mejor, hacerse el héroe: PATRAÑAS de la HUMANIDAD como su SANGRE derramada. La pobre humanidad es apenas una patraña en el universo entero y al mismo tiempo forma parte de su infinito centro. Qué risa dan los banqueros, los gobernantes (los del mundo), los soldados, qué risa los asesinos. Todos, cada hombre sobre la tierra, cree, así sea el más idiota, que lo que hace, a eso que dedica su tiempo cada una de las piruetas planetarias, todos creen que forman parte de algo IMPORTANTE sobre la tierra. Aunque las hay, personas, que sólo prefieren cambiar el canal de la televisión, sin compromiso alguno, sin hacerse ningún problema en sus neuronas, sin reparar en el gran aparato de mierda que sostiene el juego de luces que tintinea sobre su pantalla como en el cielo las estrellas, más allá de esos satélites en lo alto, más allá de toda esta basura electromagnética que atraviesa el vacío de nuestros cuerpos. Hay otros, humanos, que prefieren mirar las estrellas, tampoco ellos valen nada.
He pasado 28 años perdiendo el tiempo. Y ahora que lo sé... todavía no tengo nada que decir. Quizá para ganar el tiempo, habré de pasar 28 años perdiéndome a mí mismo.

jeudi 11 novembre 2010

Andamos

Arrieros del destino, vamos andando.
Hoy nuestra única verdad es Nunca,
y no sabemos si fuimos o seremos. (…)
Hemos perdido de la carne la memoria; (…)
manojo del olvido, atado de raíces sin recuerdo,
recorremos veredas de apariencia infinita,
saltamos de una a otra
rumbo a dónde, rumbo a cuándo.
Hemos hecho con la Sal historia,
y con la luz de Sol rutina para el verbo:
que ya voy, que ya veo, que ya soy, que ya tengo.

jeudi 16 septembre 2010

poema a grito abierto

…al sonoro rugir del cañón…

Vive el México que hoy tumba en mis entrañas;
ese país que todavía no he visto,
o el que con tanto afán barre sus calles,
a pesar de la furia, los vientos y del polvo…

Vive el México que en mí ha tomado forma
porque soy individuo, soy un pueblo;
porque puedo cantar y bien recuerdo
de la infancia los ritmos y las coplas…

Vive la patria que hoy no me abandona
porque a lo lejos yo sigo coronado
con sombrero de charro y un zarape;
campesino o fantoche, ahora exiliado...

Ruge el cañón desde la patria mía,
dirá el poeta embriagado a la distancia;
ruja el cañón, entonces –qué ironía—,
la guerra ha dado un grito esta mañana.

Embriagado de rabia y de recelo
pienso en el corazón del mexicano
pobre, ignominioso, ataviado de anhelo,
lleno de chispas como cuete en el aire,
no sabe a dónde va, ni a qué hora llega;
mentiroso, mañoso,
enfermo de un dolor que no conoce,
solo termina con su mundo y vuelve a verse
en el espejo del antagonismo como su propio mal.
Mendigo de la historia,
que todo lo ha perdido aunque todo lo tiene,
orgulloso de su precariedad vuelve a embriagarse
pensando que en el espejo se le guarda
un futuro mejor, una corona
–no sombrero de charro, ni una aureola—
de oro y de cristal, como de reyes.
Grita vivan los héroes y todos los colores
que adornan los recuerdos de una historia inventada;
grita y vuelve a gritar, cerrando la ventana
con el miedo a un asalto de metralla.
No posee un mejor bien, ni aun mayor mal,
que una vida, una muerte,
un gran final como el de cualquier otro;
sangre sobre la tierra / cadáver en pedazos,
más de los que podría contar quien ya no cuenta dedos,
ni cerebro, ni retazo de ser, ni una conciencia.

Mexicanos…

Josué Solís Hernández / 16 de Septiembre de 2010

lundi 19 avril 2010

Late la prensa

En el principio fue el árbol, y dije YO, hágase el papel; y el papel se hizo. Cuando vi que el papel era bueno dije: Hágase la tinta. Y la tinta se hizo. Háganse la pluma y la escritura, la voz y la palabra. Pero la palabra ya había sido hecha.”


De cierto digo que más de alguna vez, mi Yo lector se ha hallado ante periódicos de tan mala cabeza, como ligeros de cuerpo. Nada que hacer, el mercado de las palabras es así: de lo que vendes comes, de lo que comes vives, de lo que vives sabes, de lo que sabes hablas, de lo que hablas escribes, y de lo que escribes vendes. Ni virtuosa ni viciosa, pero circular, así es la vida tras el papel de la mañana, o de la tarde.




Hay los “diarios” (por su frecuencia) que dedican sus páginas editoriales a criticar a sus anchas -y flacas- sobre lo que no conocen pero soslayan con malicia de oficiosos. Periódicos que se enrolan en batallas de “indagación periodística” contra todo personajito que les parece enemigo de sus muy particulares ideales, y desde su flanco y frente hablan contra los otros, escriben contra los otros, se venden contra los otros. Y bien que comen.




Hay los “cotidianos” (por su género) que prefieren permanecer en la absoluta discreción respecto de lo que averiguan sin propósito, y -con cara de preocupación social- anuncian la pobreza inevitable en pueblos que nadie conoce, para entregarse luego a informaciones tan oficiales, con caras tan felices, que hasta da gusto saber que son pocos los pobres y muchos los festejados en la sección de sociedad, glamour y quinceañeras. De sus editoriales ni se diga; cuando no disparan elogios al aire, se burlan de los adversarios del gobierno en turno, y hasta se dan el lujo de recomendar tal o cual maniobra política a los mandatarios y rectores. Periódicos escribas de política-ficción, meretrices adiestradas en el arte del bien lamer la mano que les alimenta.




Y hay los “rotativos” (por su impresión) que son más que prudentes, hocicones, y más que indagadores, pendencieros. Periodistas testarudos que saben muy bien que el oficio del que viven no les va a alcanzar para comer, pero venden lo que escriben para darles de que hablar a los que saben. En sus páginas se pueden encontrar fatalidades como buenas nuevas, ortografías patéticas como voces pusilánimes; y el lector bien avezado puede vislumbrar en sus editoriales una falta de pecunia y tacto muy particular de los abandonados a su suerte.

La prensa es así. Cada periódico llega volando a su destino. Los lectores que a diario echan un ojo en las páginas matutinas o la siesta, deben saber de lo que hablo, y apuesto a que no tendrían mucho que responder al respecto.

vendredi 5 mars 2010

"Adivina quién soy"

El basilisco crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos.
J. L. Borges (Manual de zoología fantástica)

(Un pedazo de alma que antes vivía presa se ha escapado por algún punto frágil de mi claustro. Vuela alrededor de mí y se estrella contra las barreras de mi piel, como si me invitara a mostrar mis reversos al aire.)

En el interior de mi casa, me quedo muda, cierro los ojos y pienso que estoy ciega. Quiero abrazarte, pero estás tan lejos, tan en otro mundo. Ya no quiero hablar, mi lengua me detesta. Si me sentara a contemplar las palabras que salen de mi voz: todas se desbaratarían como piel tras veinte años de entierro, caerían porosas sobre el piso de esta casa en la que vierto mi respiración.
Un aliento de basilisco brota de mi boca y tengo miedo de desintegrar tus labios. Mi corazón rebosa de sangre y mi lengua es rosa, pero siento que mi cuerpo se hace gris, como una planta volcánica. Soy una mentira de la materia; zombi de hechiceros afligidos. Mi voz es la sombra de la tristeza y yo no soy más yo. Haré tu voluntad, si tú lo pides, pero no me pidas nada; lárgate de mí, pero no me abandones. Estoy aquí, inerme, ante el silencio de tu presencia blanca; en tu blanca y silenciosa presencia, inerme estoy, aquí.
Tengo el fondo de los aires en mi espalda y mis pulmones se hinchan nuevamente con el fuego de mi esencia. Basilisco, cuerpo de lombriz, pico de gallo, animal abstracto que todo desintegra. Ardo en ardor. Como las aves, temo a todo lo que repta, pero no puedo escapar, porque no tengo alas; me defiendo apenas con esta voz supurante que sale de mi cuerpo. Y grito aaah… y nadie escucha.





¿Hace cuántos años comenzó la metamorfosis de este cuerpo que se ensancha sin cesar? Hasta la casa sigue siendo la misma, y sólo algunas cuarteaduras telúricas que han escapado a su voluntad muestran el paso de las décadas en sus paredes; mientras que yo -tan encanecida- me miro en el espejo, mis ojos miran mis ojos, y no me reconozco así, con la ortopedia en la sonrisa, el llanto reprimido, estos vericuetos en la piel que guardan sudores viejos. Tengo un aullido en el centro de mi cuerpo que se retiene con su propio eco. El rugido interno de “no quiero nada” responde “sí mi amor” a tus palabras. “Fuera de aquí”, siseo como una serpiente constrictora embravecida, pero mis labios dicen “ven a mí”, y quiero tragarte. Tú me abrazas con amor, estrechando tu pecho con mi espalda me das cariño y separas mis cabellos con tus dedos; yo me hago estatua de piedra y me muerdo las entrañas para decir “te amo”. Y te amo, de verdad.
Luego callo. Tú te vas a trabajar y yo me quedo sola, como nací, como siempre estoy sin que lo sepas. En mi cabeza resuenan pensamientos. “Si alguien te pregunta dónde estoy, diles que me fui pa’l norte; diles que estoy más muerta y más enterrada que Cleopatra; diles que no sabes nada, que hace mucho tiempo que vives solo en la casa, tú y tu perro faldero. Si alguien te pregunta cómo estoy, diles que estoy hermosa, que brillo en la oscuridad como los peces de las profundidades; diles que me casé con un viejo que era rico y que me fui pa’l norte; diles que me fui pa’l norte.” Suena el teléfono. No quiero responder pero ese ruido tiritiritiri, aaaaah… qué coraje. ¿Bueno?

**********************************************************



(Datos de la imagen:
Autor: Cristina Alejos Cañada.
Título: Mujer Acróbata.
Imagen tomada de: www.pinturayartistas.com)

vendredi 12 février 2010

La redención del niño envuelto

Tengo sed de sangre, soy tu corazón

Sentado en una colina de yerbas reverdecientes, el pequeño Solín miraba pacer las vacas a medio tiro de piedra. Era un niño pensando en el silencio, tratando de escuchar la lejanía; un niño envuelto en el calor que se levanta de la tierra en temporada de pólenes al aire. Cuando tenía una idea, la sonrisa de observador infantil se dibujaba despacito en la comisura de sus labios de dragón (signo chino que le fue negado). Nunca esperó recibir ninguna epifanía a través de las imágenes vacunas; eran ellas mismas la revelación de su secreto. Así pasaba las tardes cuando no tenía deberes y el regaño de la madre no le podía alcanzar.

Con apenas cinco años y medio, Solín era un jovencito libre, de pies cortos y pensamientos largos y deformes. Sus padres construyeron en su entorno una muralla de papel que nunca se atrevió a cruzar por propia voluntad. No tenía idea de lo que dice pobreza, pues sólo sabía sobre las mieles del contrario. Lejos estaba entonces de conocer el odio. La tristeza y las lágrimas vinieron a sus ojos una vez, a fuerza de imaginar la madre muerta. En aquel momento ése era su único temblor.

Sí, Solín asimiló la muerte en los potreros, donde los semovientes de ojo oscuro rumiaban de pie, junto al esqueleto de sus semejantes venidos a podredumbre y tábanos zumbando. Un animal va desapareciendo de la superficie de la tierra poco a poco, mientras todos los demás (pájaros, mayates, moscas, perros o coyotes) recogen un trozo de su cuerpo y se lo tragan en un acto de profundo amor. Solín los había visto. “Cuando muera mi mamá, seré yo quien coma la primera parte”, pensaba el pequeño, con los ojos llenos de dolor; “luego dejaré que los demás escojan un pedacito, el que ellos quieran. Pero su cabeza se quedará conmigo para siempre… y cuando yo sea grande y un día me muera, quiero que me echen al río con la cabeza de mi madre amarrada a un hilo”.



De su padre nunca pensó que se fuera a morir, y fue el primero que lo hizo. Un día recibió el disparo de un caporal enfurecido. La madre de Solín lloraba a gritos; los hombres de la hacienda salieron a la busca del infame; la familia se encargó del cadáver y palabras para los que exigían explicaciones. Del cuerpo de su padre Solín no pudo comerse ni un pedazo; su abuela (materna) se ocupó de explicarle que desde ese día la casa de sus tíos sería su nuevo hogar, en la ciudad oscura, donde las calles son de humo y no hay potreros. “El doctor le recetó a mamá salir de viaje para descansar”, no había de qué preocuparse, “pronto las cosas volverán a ser como antes, pero sin papá”. La mujer lloraba mientras el niño pensaba en el silencio.
Durante varios días no pudo cerrar los ojos. El cuerpo muerto de su padre estaba a tantos kilómetros de ahí, con tantas toneladas de tierra encima y un sello inviolable de cemento en el que podían leerse algunos nombres. Junto a la tumba la familia (paterna) sembró un rosal del que brotaba carne viva.

Cuando la madre de Solín volvió del viaje, meses después, el pequeño pisó el cementerio por primera vez. “¿Por qué no nos comimos a papá?” preguntó el niño a su madre. Ésta no respondía nada, sólo miraba con ojos de estupor la figura de su pequeño retoño que lanzaba su pregunta, y la miraba abierto como un cáliz. Debajo de la tierra crepitaban los gusanos, y las raíces del rosal se estiraban hasta las puertas del cielo. Sin pensar, la madre cortó una rosa como sangre y la extendió hasta las manos de Solín, quien la tomó tembloroso, abriendo lentamente sus labios de dragón.

lundi 11 janvier 2010

El despertar de Tonga

Te diste el tiempo de sitiarme y tomaste mi libertad, a sorbos desesperados. Ah, bestiecilla del fuego, ahora despierto aquí, en la orilla de este río infernal a donde me has traído para desatar mis manos y dejarme escapar…


Siempre lejos del cráter, los colimenses hemos visto crecer la piedra ardiente como si fuera una hija. No le tenemos miedo. Sólo aquellos débiles de espíritu se alarman cuando escuchan los rumores de la destrucción venidera; sin embargo aquí seguimos. No nos es ajeno un día en la vida -sea de mañana o tarde, siempre con la claridad bondadosa del sol-, en que miramos -alta como el cielo- esa columna boreal de escoria y humo que anunciaba profunda e incandescente la catástrofe esperada; y no le tuvimos miedo entonces, tampoco. Contrariamente salimos a los balcones, fuimos a las poblaciones cercanas y tomamos fotografías para el recuerdo y la anécdota.








Sólo la pesada ceniza que llovió después sobre la ciudad nos sacó de nuestros quicios. Convertida en un pegoste duro en los resumideros, en las cañerías y en los tejados, se quedó rígida como la memoria de un abuelo que no se cansa de contar historias aprendidas al pie de una fogata arcaica, sumergido en la oscuridad nocturna de aquel tiempo en que todo eran palabras -destino infinito de los hombres-.




Causa un tanto de ternura el temor de quienes sienten el mundo de sus ojos como el único equilibrio. Aquéllos que al llegar a cualquier sitio se ubican por instinto en el lugar más cercano a la salida de emergencia, y contando a las personas que dentro pudieran entrar en pánico, deciden de una vez a quién socorrerán primero en un caso de sismo o explosión desastrosa. Héroes que sin mayor poder que su imaginación salen victoriosos ante cualquier peligro natural que pueda acechar por tierra y aire -terribles elementos rectores del estado de sitio en que se desarrolla la historia de nuestra existencia-.



Y aún así aquí estamos, al borde de la muerte colectiva que se anuncia en los encabezados de la prensa; al pie de la tormenta de fuego que pronto ha de caer sobre nuestras cabezas. Ensortijamos nuestros sueños malditos todas las mañanas, lanzándolos después por la ventana como proyectiles de lo alto hasta el jardín y las calles. En ese afán de creer que estamos al final del mundo, las montañas crujientes y los alaridos del viento en el invierno nos sirven de pretexto para dramatizar la vida y la tranquilidad con que la tierra se renueva sin saberlo, y sin necesitar saberlo.
Llaima, Popocatépetl, Tonga, Galeras, Redoubt, Paricutín, Merapi, todos son colegas de Colima en latitudes diversas y altitudes angustiosas. Cubiertos de nieve y fuego, o de ácidas arenas y vapores; ardiendo bajo del mar, al pie de una gran fosa marina o como gran recipiente de un lago de la muerte… estos respiraderos del abismo han penetrado en la memoria de todos los vivos que pueblan esta tierra. Los dragones inconscientes buscan apoderarse del temor y hacen crujir el mar y toda ola se levanta en los océanos y toda oscuridad se incendia en el reino de las almohadas y el llanto.














Cuando el despertar de Tonga y la furia de Galeras, cuando la voracidad de Paricutín y la savia destructiva de Merapi, cuando la gran nube mortal de Popocatépetl y las volutas celestinas de Llaima, cuando el gigante monte de Redoubt derribe el cielo, Colima saldrá también de su silencio, y un cántico de destrucción podrá entenderse desde el lejano vacío que observa la redondez de la tierra. Será entonces el momento de los héroes aplastados por la gran masa de la verdad.
Sin embargo aquí, a nada podemos tenerle miedo.
(*Las fotos llegaron de correo en correo, a mi bandeja de entrada, y desconozco el nombre del fotógrafo afortunado que las tomó y las difundió)