vendredi 5 mars 2010

"Adivina quién soy"

El basilisco crea el desierto. A sus pies caen muertos los pájaros y se pudren los frutos.
J. L. Borges (Manual de zoología fantástica)

(Un pedazo de alma que antes vivía presa se ha escapado por algún punto frágil de mi claustro. Vuela alrededor de mí y se estrella contra las barreras de mi piel, como si me invitara a mostrar mis reversos al aire.)

En el interior de mi casa, me quedo muda, cierro los ojos y pienso que estoy ciega. Quiero abrazarte, pero estás tan lejos, tan en otro mundo. Ya no quiero hablar, mi lengua me detesta. Si me sentara a contemplar las palabras que salen de mi voz: todas se desbaratarían como piel tras veinte años de entierro, caerían porosas sobre el piso de esta casa en la que vierto mi respiración.
Un aliento de basilisco brota de mi boca y tengo miedo de desintegrar tus labios. Mi corazón rebosa de sangre y mi lengua es rosa, pero siento que mi cuerpo se hace gris, como una planta volcánica. Soy una mentira de la materia; zombi de hechiceros afligidos. Mi voz es la sombra de la tristeza y yo no soy más yo. Haré tu voluntad, si tú lo pides, pero no me pidas nada; lárgate de mí, pero no me abandones. Estoy aquí, inerme, ante el silencio de tu presencia blanca; en tu blanca y silenciosa presencia, inerme estoy, aquí.
Tengo el fondo de los aires en mi espalda y mis pulmones se hinchan nuevamente con el fuego de mi esencia. Basilisco, cuerpo de lombriz, pico de gallo, animal abstracto que todo desintegra. Ardo en ardor. Como las aves, temo a todo lo que repta, pero no puedo escapar, porque no tengo alas; me defiendo apenas con esta voz supurante que sale de mi cuerpo. Y grito aaah… y nadie escucha.





¿Hace cuántos años comenzó la metamorfosis de este cuerpo que se ensancha sin cesar? Hasta la casa sigue siendo la misma, y sólo algunas cuarteaduras telúricas que han escapado a su voluntad muestran el paso de las décadas en sus paredes; mientras que yo -tan encanecida- me miro en el espejo, mis ojos miran mis ojos, y no me reconozco así, con la ortopedia en la sonrisa, el llanto reprimido, estos vericuetos en la piel que guardan sudores viejos. Tengo un aullido en el centro de mi cuerpo que se retiene con su propio eco. El rugido interno de “no quiero nada” responde “sí mi amor” a tus palabras. “Fuera de aquí”, siseo como una serpiente constrictora embravecida, pero mis labios dicen “ven a mí”, y quiero tragarte. Tú me abrazas con amor, estrechando tu pecho con mi espalda me das cariño y separas mis cabellos con tus dedos; yo me hago estatua de piedra y me muerdo las entrañas para decir “te amo”. Y te amo, de verdad.
Luego callo. Tú te vas a trabajar y yo me quedo sola, como nací, como siempre estoy sin que lo sepas. En mi cabeza resuenan pensamientos. “Si alguien te pregunta dónde estoy, diles que me fui pa’l norte; diles que estoy más muerta y más enterrada que Cleopatra; diles que no sabes nada, que hace mucho tiempo que vives solo en la casa, tú y tu perro faldero. Si alguien te pregunta cómo estoy, diles que estoy hermosa, que brillo en la oscuridad como los peces de las profundidades; diles que me casé con un viejo que era rico y que me fui pa’l norte; diles que me fui pa’l norte.” Suena el teléfono. No quiero responder pero ese ruido tiritiritiri, aaaaah… qué coraje. ¿Bueno?

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(Datos de la imagen:
Autor: Cristina Alejos Cañada.
Título: Mujer Acróbata.
Imagen tomada de: www.pinturayartistas.com)