vendredi 1 juillet 2011

Abismo y yo

Las cosas son como son. Yo no hice nada para ser. Tú tampoco. Nuestra madre tampoco. Simplemente estamos aquí, en el mundo, viviendo el mundo, contando el tiempo y tratando de estar bien en periodos cada vez más largos. Aunque a veces nos conformemos con poquito.
La huella que dejamos en los demás, es en realidad lo que los demás deciden tomar de nosotros; a veces sólo toman lo que les gusta (como el niño del juego), a veces toman lo que necesitan (como el feo de la belleza), a veces simplemente se defienden de lo que detestan (como el moralista del rebelde). A esa huella la llamamos "recuerdo", "concepto", "imagen". Lo mismo pasa con el amor. Amamos de los demás lo que deseamos para nosotros. Nos gusta sentir a través de los demás, pero lo que sentimos jamás emerge de nosotros si no es por palabras, por caricias, por contactos. Pero las palabras, las caricias, los contactos, son una simulación, un intento de expresión de lo que sentimos. Porque cuando nos sentimos de tal o cual manera, estamos siempre solos, Mi sentimiento y Yo. Amor y Yo. Tristeza y Yo. Alegría y Yo. Soledad y Yo. Abismo y Yo. Etc, etc, etc, ad infinitum.
Sin embargo, solos no podríamos existir. Es la tensión entre la soledad y la compañía que la identidad se genera; es a través de la identidad y de su aparente desarrollo en las relaciones con los demás, que tenemos un sentimiento de existencia, que existimos. Pero al mismo tiempo el aliento de vida, la única prueba de verdad, es la palabra; nuestra palabra. Lo que los otros dicen sobre nosotros, es una ilusión, un espejismo de lo que nosotros mismos hemos dicho. Es nuestra voz que existe; y el cuerpo es su caja de resonancia. Es nuestra palabra que se extiende en el espacio y el tiempo. Nuestros sentimientos sólo van a nuestro abismo. Nuestros recuerdos sólo van, poco a poco, rumbo a la oscuridad de nuestro propio olvido. Y ahí, en medio de lo oscuro, está la muerte. La nuestra. La preciosa muerte.