mardi 18 février 2014

Nube negra

Un fantasma se pasea por las ciudades, pueblos y caminos todos. Es el fantasma de nuestra neurosis colectiva. Es el miedo nuestro de la muerte, y el horror de que su mala vecindad nos dure para siempre.

Josué Solís Hernández
(Este texto es una ficción; su fuente no)

El polo norte se pasó para acá desde hace muchos años. Por aquí vive, por la garita de Otay. El mundo a partir de este lugar está dividido en dos: Arriba y Abajo. No importa si la mayoría del tiempo está haciendo un calorcito del demonio, el polo norte es aquí para todos los que vienen de Abajo; aunque a los que están Arriba este pedazo de frontera les parezca más bien un polo sur –el más cercano—para divertirse. Por aquí hemos visto pasar a los chinos traficando extractos de flores y yerbas aromáticas, y a todos los indios y migrantes lejanos que buscan un rinconcito allá arriba donde valer más que unos costales de maíz. Vaya que hemos visto pasar gente. Gente bien norteada, a veces, que no se ha dado cuenta de que está en el punto más alto de los nortes y quieren darle más allá, y más allá se van, por vía de la Juventud. Aparte hay otros muy vivales, muy acelerados con eso que trafican; empistolados en sus camionetonas, y que a la menor provocación tiran balazos. No sin razón les llaman enervantes a esos cristalitos y a esos polvos que ellos usan; justamente, andan enervados, como si se los estuviera llevando el diablo. Pero no es otra cosa sino miedo, lo que llevan encima; han de sentir muy de cerca a la huesuda, para que anden repartiendo balas como si fueran dulces. Ah, cómo se ha llenado últimamente de acelerados y acelerones, de coches robados y de balazos sin sentido y para todas partes. Cómo hemos visto pasar las balas. De policías y de ladrones; de todos los calibres; de todos los colores: negras, azules, verdes... Hace mucho que dejamos de decirle “adiós” a los de las balas verdes, y de preguntarle a los de las azules alguna dirección, alguna seña. Y no por nada, pero ya son pocos los que levantan la mano para preguntar cualquier cosa; ni los niños en la escuela que no hicieron la tarea se quedan tan quietecitos como la raza de a pie cuando vemos una camioneta paseándose por ahí, color que sea. Aquí la única tarea que todos sabemos hacer es la de no meternos con nadie, ni adonde no nos han llamado. Ya vimos la valentía de muchos convertida en un charco de sangre, y a los asesinos muy campantes. Mejor mirar el suelo y caminar para otra parte; no vaya a ser. O hacerse el distraído con un avión que va llegando y otro que se va; con esas ganas de salir volando también de este lugar en donde todo el mundo está de paso, menos nosotros, que quedamos vivos. Hace rato, para no ir muy lejos, por el barrio de las escuelas; estaba yo comprando una paleta de hielo para quitarme el calor, a un carretonero de Helados La Polar, en la esquina de correos, cuando pasó una camioneta a toda velocidad. Nada más escuché un golpe, un frenazo y la gritería de un muchacho levantándose del suelo, diciendo que más cuidado, que se fijaran por dónde chingados pasaban, y maldiciendo enfurecido por la confusión de haber sido atropellado. Era de día y no había nubes en el cielo, pero cuando la muerte pasa por un costado todo se pone oscuro y se sienten palpitaciones cavernosas, aleteos y zumbidos como de abejorros o tábanos gigantes. Yo no vi nada, la verdad. Nadie miró para allá, según dijeron después. Los ojos del carretonero se cerraron, igual que las ventanas. Yo sentí como una nube negra que me envolvía cuando sonaban los disparos, y –ya sé que no me vas a creer, pero—clarito escuché una voz triste y eléctrica, como de una muerta, que me decía: Heme aquí, ya al final, y todavía no sé qué cara le daré a la muerte. El acelerón de la camioneta me sacó del trance, como si se corriera una cortina durante un truco de magia y apareciera, nomás, el cuerpo tirado de un hombre y una bici retorcida, donde antes había un muchacho en bicicleta. La paleta de hielo se me estaba derritiendo entre los dedos. Poco a poco volvió la luz del sol. Poco a poco se fueron abriendo las ventanas.

16/02/2014. Tijuana, Baja California. Un hombre en bicicleta no identificado fue arrollado, para luego ser asesinado a tiros por el conductor de la misma camioneta que lo arrolló; a un lado de la primaria Otto Murillo, sobre la calle Rosario Castellanos, delegación de Otay.

vendredi 14 février 2014

En el cerro de las plumas

¿Quién nos va a decir que nos calmemos? ¿Quién va a asegurar que son casos aislados? ¿Quién es el que aquí está exagerando?

Josué Solís Hernández
(Este texto es una ficción, su fuente no)
Me dijeron que unos hombres se llevaron a mi hermano. Que lo levantaron en una camioneta y se largaron al fondo de la chingada. Horas más tarde llamaron al celular. Era un secuestro de Los Plateados de Altamirano, o quienes quiera que fueran esos hijos del diablo; querían dinero a cambio de mi carnal; dinero, dinero, todo el dinero. Y yo acordándome nomás de las bañadas en el Chacamero, de cuando estábamos morros. Y yo nomás acordándome de las promesas que no le cumplí. Y de las regañadas que nos metía su madre (y la mía) cuando no volvíamos a la casa a la hora que ella mandaba. Y de cómo lloraba el vato cuando no le daban lo que quería; y sus chillidos cuando algo le dolía. Y sí, era él. Clarito se oía que era él en el teléfono, pidiéndome ayuda otra vez. Y luego la voz burlona esa, diciéndome que nomás que avisara a la policía, y que nomás que me tardara con el varo, y que nomás que no me moviera; que los días de mi carnal estaban más contados que sus dedos. Me ordenó que yo no les llamara. Que ellos me iban a decir dónde y cuándo y cómo. Pero eso sí, que querían tanto. Y yo, ¿tanto? Pero... Y colgaron, y ya. Ahí me tienen buscando, pidiendo prestado, sacando lo que teníamos en el banco. Y ahí estoy en la noche, llorando como un loco, pateando las puertas y golpeando las paredes. Hermano. Hermano. Hermano. ¿Dónde estás ahorita? Y el teléfono que no sonaba. Y el dinero ahí, haciendo un ruido raro, como queriéndome hablar. Sonó el teléfono. Me dijeron el lugar y la hora y lo que tenía que hacer. Y ahí voy, con el varo cagándose de risa por su inmortalidad, y con el corazón saliéndoseme de miedo. Y con los ojos rojos. Y el abrazo de mi vieja todavía pegado en la camisa. Y ese olor a flores, ese olor que me decían que a veces baja desde el cerro de las plumas, desde Pungarabato. Y el canto de un tecolote revoloteando en mi cabeza. Y la voz de mi hermano diciéndome que no lo voy a alcanzar. Y su recuerdo corriendo delante de mí, riéndose desesperado y sin poder respirar. “A que no me alcanzas. A que no me alcanzas”. Dejé el dinero, ahí. Lo entregué. Pero... ¿Qué vi entonces? ¿Qué pasó? ¿Por qué no me acuerdo de nada? ¿Los vi? ¿Reconocí a alguien? ¿Qué salió de ese agujero? ¿Qué es eso? Es como si hubiera visto una cara frente a mí; una cara sin rostro que me fuera a tragar vivo. Y entonces me fui corriendo. ¿Dónde está mi carnal? ¿Va delante o viene detrás? No me van a alcanzar estos malditos. No me van a alcanzar.

 
12/02/2014. Ciudad Altamirano, Guerrero. Erasmo González Reyes, de 40 años, fue asesinado a tiros después de pagar el secuestro de su hermano cuando fue seguido y atacado en la calle Pungarabato casi frente a la Casa de la Cultura.”


jeudi 13 février 2014

El problema de no ser muy científico

Tomar en serio no es beber mucho. Yo lo creía así.