lundi 19 avril 2010

Late la prensa

En el principio fue el árbol, y dije YO, hágase el papel; y el papel se hizo. Cuando vi que el papel era bueno dije: Hágase la tinta. Y la tinta se hizo. Háganse la pluma y la escritura, la voz y la palabra. Pero la palabra ya había sido hecha.”


De cierto digo que más de alguna vez, mi Yo lector se ha hallado ante periódicos de tan mala cabeza, como ligeros de cuerpo. Nada que hacer, el mercado de las palabras es así: de lo que vendes comes, de lo que comes vives, de lo que vives sabes, de lo que sabes hablas, de lo que hablas escribes, y de lo que escribes vendes. Ni virtuosa ni viciosa, pero circular, así es la vida tras el papel de la mañana, o de la tarde.




Hay los “diarios” (por su frecuencia) que dedican sus páginas editoriales a criticar a sus anchas -y flacas- sobre lo que no conocen pero soslayan con malicia de oficiosos. Periódicos que se enrolan en batallas de “indagación periodística” contra todo personajito que les parece enemigo de sus muy particulares ideales, y desde su flanco y frente hablan contra los otros, escriben contra los otros, se venden contra los otros. Y bien que comen.




Hay los “cotidianos” (por su género) que prefieren permanecer en la absoluta discreción respecto de lo que averiguan sin propósito, y -con cara de preocupación social- anuncian la pobreza inevitable en pueblos que nadie conoce, para entregarse luego a informaciones tan oficiales, con caras tan felices, que hasta da gusto saber que son pocos los pobres y muchos los festejados en la sección de sociedad, glamour y quinceañeras. De sus editoriales ni se diga; cuando no disparan elogios al aire, se burlan de los adversarios del gobierno en turno, y hasta se dan el lujo de recomendar tal o cual maniobra política a los mandatarios y rectores. Periódicos escribas de política-ficción, meretrices adiestradas en el arte del bien lamer la mano que les alimenta.




Y hay los “rotativos” (por su impresión) que son más que prudentes, hocicones, y más que indagadores, pendencieros. Periodistas testarudos que saben muy bien que el oficio del que viven no les va a alcanzar para comer, pero venden lo que escriben para darles de que hablar a los que saben. En sus páginas se pueden encontrar fatalidades como buenas nuevas, ortografías patéticas como voces pusilánimes; y el lector bien avezado puede vislumbrar en sus editoriales una falta de pecunia y tacto muy particular de los abandonados a su suerte.

La prensa es así. Cada periódico llega volando a su destino. Los lectores que a diario echan un ojo en las páginas matutinas o la siesta, deben saber de lo que hablo, y apuesto a que no tendrían mucho que responder al respecto.