samedi 28 février 2009

Humanos de microondas


*En el corazón de un edificio, el consejero se lava las manos. El mercurio en el espejo hace un esfuerzo y le sonríe. Su rostro húmedo y el nerviosismo se dilatan hasta deformarse. Afuera esperan el patrón inepto y asociados. Es el buen día de reunión. El consejero respira profundo, seca las gotas que se deslizan por su frente. “¿Todo en orden?”, le pregunta a la imagen que en su espejo no sabe nada de reuniones, ni asociados, ni consejos. “Todo en orden”, se responde él mismo. Pero sabe que no es cierto.

*Somnoliento, un señor muerto hace mucho se rasca la cabeza frente al periódico de hoy. En su gesto se acurruca el descontento. Después de haber dormido tanto tiempo, no le parece justo que le hayan mandado resucitar para alojarlo, no en este mundo delicioso y lúbrico, paraíso desconocido de los vivos, sino en lo escondido de un texto, en lo infinito de la letra y lo fugaz de la palabra. Sumergido, piensa, en esta pulpa corrompida de los árboles que las industrias comercian con el nombre de papel. Como esclavo eunuco frente a las doncellas. Vivo de nombre, pero en carne muerta. “Así pa’qué”, dice el muerto. “Así prefiero arder”.

*Sobre la cama del engaño, el amasiato se retuerce. La mujer, risueña, coloca dentro de su cuerpo el furioso miembro del pecado con corazón de ratón. La saliva y el sudor son su bebida de reyes, los labios el bocado predilecto de los emperadores. El teléfono portable vibra, grita, patalea. “¿Dónde estás, mi amor? Salgo temprano. Voy para la casa”, dice un texto de satélite. Pero la mujer no entiende celular ni corazón. La bestia de los celos -también risueña- hace ronda por la puerta. Gira la llave y contempla.




*En el altar de la iglesia, la Santísima Virgen estira un ratito las piernas para relajarse. San Pedro la mira, disimuladamente. De rodillas, en el lugar de los mortales, el arrepentido llora. “Llévame contigo”, dice sin consuelo, mirando la cruz infame en que murió el Hijo del Hombre. Las flores aún están frescas. Las veladoras parpadean de sueño. Hace rato que, en su penumbra, la nave es invadida por colores vitral del mediodía. Lágrimas de incertidumbre y cansancio de persona se evaporan antes de tocar el piso. “Pobre hombre”, piensa una mujer en el rincón, escuchando los gemidos del sujeto arrodillado. La cruz sobre la frente. Polvo de la muerte; confesión de la ceniza rediviva.

*Al fondo de la casa, sobre una cuerda horizontal, cuelga un pantalón mojado. En el patio, el chaca chaca de las ropas refregadas contra un lavadero de concreto rebota en las paredes, en las piedras, en las plantas instaladas en macetas. ¿Qué boca borrando está los besos que yo te di, corazoncito tirano?, canta la mujer con las manos espumosas. En su aliento hay un aroma que se desvanece cerca de ella. Su barbilla tiembla. Sus brazos se detienen. El agua corre por sus párpados hasta el jabón.