vendredi 30 septembre 2011

L'evolución

Hace mucho, pero mucho tiempo, las personas solo se calentaban con el sol. Las medias no existían, y las chamarras menos. Antes de inventar los abrigos de piel, por las noches, los antiguos humanos tenían que buscar refugio en los rincones oscuros de las cuevas. Así, los ancestros de nuestros ancestros obtenían un riquísimo calor, acercándose los unos a los otros; solo estando cerca, muy cerca, cada vez más cerca, pudieron sobrevivir a los inviernos. Ahí, abrazados, en el centro de la oscuridad, los no tan ricos olores humanos dieron origen a la invención de los perfumes.















Poco a poco, aquellos anticuados trogloditas se fueron modernizando y transformando, descubrieron el fuego y más tarde la calefacción a base de resinas, carbón, petróleo, alcohol o gas. Todo muy bien, todo en regla. Sin embargo, en nuestra actualidad, los humanos que ahora somos todavía no hemos dejado de utilizar perfumes para esconder los aromas que nos separan los unos de los otros.

mercredi 7 septembre 2011

Tac, tac, tac, tac...


Anoche, al salir de un examen médico que tuve que pasar por cuestiones de trabajo, me di cuenta que llevaba algunas horas con un dolorcito de cabeza que se estaba acrecentando a cada palpitar de mi corazón, o así me lo parecía. Bum, bum, bum... Creí que tenía hambre, pues a veces me sucede que cuando no tengo tiempo para comer en la mañana como es debido, cualquier cosa que coma a mediodía no es suficiente, y en el transcurso de la tarde (o el apré midí, como dicen los franchutes) es mi cabeza quien termina resintiendo un malestar. Pero ayer ya casi eran las ocho de la noche, y según yo, la comida del mediodía no había estado del todo mal. Como sea, llegué a casa y puse a hervir agua en una cacerola, para preparar un espagueti. Pero el bum bum bum de la cabeza ya no me dejó ser coherente con los ingredientes, y mi espagueti resultó una cochinada que no me pude comer. Para entonces mi cuello no sabía que hacer... si sostenía mi cabeza, el resto del cuerpo perdía toda fortaleza... si se ocupaba entonces de sostener el cuerpo, mi cabeza caía hacia un lado u otro sin poder mirar al frente, donde estaba abierto el manual de la Nueva gramática de la lengua española. Busqué pastillas, pero no hallé. Como pude, acomodé el colchón y me estiré. Cualquier lectura en cama era impensable; apagué la luz y desaparecí en lo oscuro de unos pensamientos que volaban como aullidos en la noche. De repente sonó mi celular, que sin darme cuenta lo había colocado sobre mi pecho. Vibraba. Era ella. Lloriqueando, como si estuviera muriéndome, le conté mi día, y ella, con su voz cansada de la semana, me resumió el suyo en pocas frases. Luego, adiós y buenas noches. En el fondo de la habitación me dediqué a respirar. Mis sueños, multitud; como risas alrededor de un enfermo. Dormí mucho, me pareció; dormí mucho, pero mucho tiempo.

Hoy desperté a las seis cuarenta y tantos, a las siete cuarenta y tantos y a las ocho cincuenta y tantos de la mañana. Un libro no me dejaba leer la última cifra de la hora. Me levanté, me bañé, me preparé un desayuno. Desde hace unas horas hurgo en mi ordenador, busco en internet, hojeo algunos libros que tengo aquí a la mano; extrayendo textos, preparando discursos, elaborando actividades. Juego mi rol de maestro responsable. El tic, tac, tac, tac, tac no se escucha aquí, en este lugar, porque todos mis relojes son digitales. Eso es un peligro, porque uno nunca sabe cómo diablos hace el tiempo para escurrirse bajo las pestañas de quien cree controlarlo todo. Creo que el tic, tac, tac, es un marcapasos efectivo para el corazón de los ocupados.
Y ya.