vendredi 25 mars 2011

Una pequeña cita Bolaniana

Bolaño, R. (2011) Los sinsabores del verdadero policía, Ed. Anagrama, Barcelona. pp. 25 y 26, y luego de 21 a 24.

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Cuando Padilla tenía cinco años murió su madre, cuando tenía doce murió su hermano mayor. A los trece decidió que sería artista. Primero pensó que lo suyo era el teatro y el cine. Luego leyó a Rimbaud y a Leopoldo María Panero y quiso ser poeta además de actor. A los dieciséis había devorado literalmente toda la poesía que caía en sus manos y tuvo dos experiencias (más bien lamentables) en el teatro de aficionados de su barrio, pero no era suficiente. Aprendió inglés y francés, hizo un viaje a San Sebastián, al psiquiátrico de Mondragón, e intentó visitar a Leopoldo María Panero, pero los médicos, después de verlo y escucharlo durante cinco minutos, no lo dejaron.
A los diecisiete era un muchacho fuerte, culto, irónico, con brotes de violencia. En dos ocasiones llegó a la agresión física. La primera, mientras paseaba por la Ciudadela con un amigo, otro poeta, y dos jóvenes skinheads los insultaron. Posiblemente los llamaron maricas o algo así. Padilla, que de ordinario él mismo hacía esta clase de burlas, se detuvo, se acercó al más fornido y de un golpe en el cuello lo dejó sin aliento; cuando el muchacho hacía esfuerzos por mantener el equilibrio y al mismo tiempo respirar fue derribado de una patada en los testículos; su compañero intentó ayudarlo pero lo que vio en los ojos de Padilla fue superior a su grado de camaradería y optó por alejarse a la carrera del lugar del altercado. Todo fue muy rápido. Antes de marcharse, Padilla aún tuvo tiempo para patear un par de veces la calva cabeza de su contrincante caído. El joven poeta amigo de Padilla estaba horrorizado. Días después, al reprocharle su actitud (sobre todo la agresión última, las patadas gratuitas al enemigo en el suelo), Padilla respondió que contra los nazis él se permitía cualquier capricho. La palabra capricho en los labios adolescentes de Padilla sonaba como golosina. ¡Pero tú cómo sabes que eran nazis!, dijo su amigo. Iban rapados, respondió Padilla con ternura, en qué mundo vives. Además, añadió, la culpa es tuya, si recuerdas bien aquella tarde íbamos discutiendo sobre el amor, el Amor con mayúsculas, y tú todo el rato no hacías más que llevarme la contraria, refutando mis argumentos por ingenuos, pidiéndome que pusiera los pies en la tierra; cada frase tuya, que ponía en cuestión mis sueños, era como un martillo golpeándome el pecho. Luego aparecieron los skinheads y al dolor acumulado, que tú bien conocías, se añadió el dolor de la incomprensión.
(…)

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Para Padilla, recordaba Amalfitano, existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales. La poesía, en cambio, era absolutamente homosexual. Dentro del inmenso océano de ésta distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos (1). Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas (en nuestra lengua, claro está; en el mundo ancho y ajeno el paradigma seguía siendo Verlaine el Generoso). Una loca, según Padilla, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y viceversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica respectivamente. Los poetas tipo Blas de Otero eran, por regla general, bujarrones, mientras que los poetas tipo Gil de Biedma eran, salvo el propio Gil de Biedma, mitad ninfos y mitad maricas. La poesía española de los últimos años, exceptuando si bien con reticencias, al ya nombrado Gil de Biedma y probablemente a Carlos Edmundo de Ory, carecía de poetas maricones hasta la llegada del Gran Maricón Sufriente, el poeta preferido de Padilla, Leopoldo María Panero. Panero, no obstante, había que reconocerlo, tenía unos ramalazos de loca bipolar que lo hacían poco estable, clasificable, fiable. De los compañeros de Panero un caso curioso era Gimferrer, que tenía una vocación de marica, imaginación de maricón y gusto de ninfo. El panorama poético, después de todo, era básicamente la lucha (subterránea), el resultado de la pugna entre poetas maricones y poetas maricas por hacerse con la Palabra. Los mariquitas, según Padilla, eran poetas maricones en su sangre que por debilidad o comodidad convivían y acataban –aunque no siempre—los parámetros estéticos y vitales de los maricas. En España, en Francia y en Italia los poetas maricas han sido legión, decía, al contrario de lo que podría pensar un lector no excesivamente atento. Lo que sucede es que un poeta maricón como Leopardi, por ejemplo, reconstruye de alguna manera a los maricas como Ungaretti, Montale y Quasimodo, el trío de la muerte. De igual modo Pasolini repinta a la mariquería italiana actual, véase el caso del pobre Sanguinetti (con Pavese no me meto, era una loca triste, ejemplar único de su especie). Para no hablar de Francia, gran lengua de fagocitadores (2), en donde cien poetas maricones, desde Villon hasta Sophie Podolski, cobijaron, cobijan y cobijarán con la sangre de sus tetas a diez mil poetas maricas con su corte de filenos, ninfos, bujarrones y mariposas, grandes directores de revistas literarias, grandes traductores, pequeños funcionarios y grandísimos diplomáticos del Reino de las Letras (véase, si no, el lamentable y siniestro discurrir de los poetas de Tel Quel). Y no digamos nada de la mariconería de la Revolución Rusa, en donde, si hemos de ser sinceros, sólo hubo un poeta maricón. ¿Quién?, te preguntarás. ¿Maiakovski? No. ¿Yesenin? Tampoco. ¿Pasternak, Blok, Mandelstam, Ajmátova? Menos. Sólo uno, y ahora te saco de la duda, pero eso sí, maricón de las estepas y de las nieves, maricón de la cabeza a los pies: Jlébnikov. Y, en Hispanoamérica, ¿cuántos maricones verdaderos podemos encontrar? Vallejo y Martín Adán. Punto y aparte. ¿Macedonio Fernández, tal vez? El resto, maricas tipo Huidobro, mariposas tipo Alfonso Cortés (aunque éste tiene versos de maricona auténtica), bujarrones tipo León de Greiff, ninfos abujarronados tipo Pablo de Rockha (con ramalazos de loca que hubieran vuelto loco a Lacan), mariquitas tipo Lezama Lima, falso lector de Góngora, y junto con Lezama todos los maricas y mariquitas de la Revolución Cubana salvo Rogelio Nogueras, que era una ninfa con espíritu de maricón, para no mencionar sino de pasada a los poetas de la Revolución Sandinista: mariposas tipo Coronel Urtecho o maricas con voluntad de filenos tipo Ernesto Cardenal. Maricas también son los Contemporáneos de México (¡no, gritó Amalfitano, Gilberto Owen no!), de hecho “Muerte sin fin” es, junto con la poesía de Paz, la Marsellesa de los nerviosísimos poetas mexicanos. Más nombres: Gelman, ninfo, Benedetti, marica, Nicanor Parra, mariquita con algo de maricón, Westphalen, loca, Pellicer, mariposa, Enrique Lihn, mariquita, Girondo, mariposa. Y volvamos a España, volvamos al origen: Góngora y Quevedo, maricas; San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, maricones. Ya está todo dicho. Y ahora, para saciar tu curiosidad, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con sus chulos (3). Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una polla removiéndoles las entrañas y cuando se miran en un espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren, en sus ojos hundidos, la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada. Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras.
—Te faltó la categoría de los simios parlantes –dijo Amalfitano cuando por fin Padilla se Calló.
—Ah, los simios parlantes –dijo Padilla–, los monos maricones de Madagascar que no hablan para no trabajar.

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(1) (Según la RAE y sólo la rae.es): // maricón. 1. m. vulg. marica (‖ hombre afeminado). adj. 2. m. vulg. sodomita (‖ hombre que comete sodomía). 3. m. insulto grosero con su significado preciso o sin él. // marica. (Del dim. de María, n. p. de mujer). 1. f. urraca (‖ pájaro). 2. f. En el juego del truque, sota de oros. 3. m. coloq. Hombre afeminado y de poco ánimo y esfuerzo. 4. m. coloq. Hombre homosexual. 5. m. insulto con los significados de hombre afeminado u homosexual o sin ellos. // mariquita. (Del dim. de marica). 1. f. Insecto coleóptero del suborden de los Trímeros, de cuerpo semiesférico, de unos siete milímetros de largo, con antenas engrosadas hacia la punta, cabeza pequeña, alas membranosas muy desarrolladas y patas muy cortas. Es negruzco por debajo y encarnado brillante por encima, con varios puntos negros en los élitros y en el dorso del metatórax. El insecto adulto y su larva se alimentan de pulgones, por lo cual son útiles al agricultor. 2. f. Insecto hemíptero, sin alas membranosas, de cuerpo aplastado, estrecho, oval, y como de un centímetro de largo, cabeza pequeña, triangular y pegada al coselete, antenas de cuatro artejos, élitros que cubren el abdomen, y patas bastante largas y muy finas. Es por debajo de color pardo oscuro y por encima encarnado con tres manchitas negras, cuyo conjunto se asemeja al tao de San Antón o al escudo de la Orden del Carmen. Abunda en España y se alimenta de plantas. 3. f. perico (‖ ave trepadora). 4. f. Arg. Baile popular que ejecutan varias parejas puestas frente a frente, con un pañuelo blanco en la mano, acompañadas por un guitarrista cantor. 5. f. Arg. Música y cante con que se acompaña este baile. 6. m. coloq. Hombre afeminado. // loco, ca. (Quizá del ár. hisp. *láwqa, y este del ár. clás. lawqā', f. de alwaq, estúpido; cf. port. louco). 1. adj. Que ha perdido la razón. 2. adj. De poco juicio, disparatado e imprudente. 3. adj. Dicho de cualquier aparato o dispositivo: Que funciona descontroladamente. La brújula se ha vuelto loca. 4. adj. Que excede en mucho a lo ordinario o presumible. en sent. positivo. Cosecha loca; Suerte loca. 5. adj. Dicho de las ramas de los árboles: Viciosas, pujantes. 6. adj. Fís. Dicho de las poleas u otras partes de las máquinas: Que en ocasiones giran libre o inútilmente. 7. m. y f. coloq. Nic. y Ur. Entre jóvenes, para dirigirse o llamar a otro. 8. f. Hombre homosexual. 9. f. coloq. eufem. Arg., Cuba y Ur. Mujer informal y ligera en sus relaciones con los hombres. 10. f. coloq. eufem. Arg. y Ur. prostituta. // bujarrón. (Del it. buggerone, y este del lat. tardío bŭgerum). 1. adj. sodomita. (Del lat. bíblico Sodomīta, este del gr. Σοδομῖτις, y este del hebr. sĕdōm, Sodoma). 1. adj. Natural de Sodoma. 2. adj. Perteneciente o relativo a esta antigua ciudad de Palestina. 3. adj. Que comete sodomía. ((De Sodoma, antigua ciudad de Palestina, donde se practicaba todo género de actos deshonestos). 1. f. Práctica del coito anal.)) // mariposa. (De Mari, apóc. de María, y posa, 2.ª pers. de sing. del imper. de posar). 1. f. Insecto lepidóptero. 2. f. Pájaro común en la isla de Cuba, de unos catorce centímetros de longitud total, con el vientre y rabadilla rojos, lomo de color verde claro y alas aceitunadas. Se cría en domesticidad por su canto. 3. f. Pequeña mecha afirmada en un disco flotante y que, encendida en su recipiente con aceite, se pone por devoción ante una imagen o se usa para tener luz de noche. 4. f. Luz encendida a este efecto. 5. f. Forma de natación en que los brazos ejecutan simultáneamente una especie de rotación hacia delante, mientras las piernas se mueven juntas arriba y abajo. 6. f. Taurom. Suerte de correr las reses abanicando con el capote a la espalda y dando el diestro la cara al toro. 7. f. Cuba. Planta herbácea de hojas lanceoladas y flores blancas, muy olorosas en forma de mariposa, que crece en lugares húmedos y se reproduce por rizomas. 8. f. Cuba. Flor de esta planta. Es la flor nacional de Cuba. 9. f. Hond. tronera (‖ juguete de papel plegado). 10. f. Hond. Instrumento para regar, en forma de hélice o de grifo giratorio que, unido a una manguera, hace que el agua se esparza de manera uniforme. 11. f. Hond. Hélice del motor de una lancha. 12. m. coloq. Hombre afeminado u homosexual. // ninfo. (De ninfa). 1. m. coloq. Narciso (m. Hombre que cuida demasiado de su adorno y compostura, o se precia de galán y hermoso, como enamorado de sí mismo.) // fileno, na. (De Filena, nombre de mujer). 1. adj. coloq. Delicado, afeminado.
(2) // fagocitosis. 1. f. Biol. Captura de partículas microscópicas que realizan ciertas células con fines alimenticios o de defensa, mediante la emisión de seudópodos.
(3) // chulo, la. (Del mozár. šúlo, y este del lat. sciŏlus, enteradillo). 1. adj. Que habla y obra con chulería. 2. adj. chulesco. 3. adj. Lindo, bonito, gracioso. 4. adj. Guat., Hond., Méx. y P. Rico. guapo (‖ bien parecido). 5. m. y f. Individuo de las clases populares de Madrid, que se distinguía por cierta afectación y guapeza en el traje y en el modo de conducirse. 6. m. Hombre que ayuda en el matadero al encierro de las reses mayores. 7. m. Hombre que en las fiestas de toros asiste a los lidiadores y les da garrochones, banderillas, etc. 8. m. rufián (‖ hombre que trafica con mujeres públicas). 9. m. Col. zopilote.