mardi 26 avril 2011

Verdadera Historia de la Muerte del Corrido

Viaje en órbita
“Lo mataron”
JOSUÉ SOLÍS HERNÁNDEZ



Ya murió la Cucaracha
ya la llevan a enterrar…

EL género musical conocido como “corrido” es una de las tradiciones productoras de leyendas más enraizadas en nuestras costumbres y en el imaginario social, incluso pudiera decirse que forma parte de la “identidad nacional” mexicana. Pocos pueden resistirse a ese guaco interior que se despierta (aunque no salga) cuando –en una ramada en la playa o en un portal botanero– se escucha un grupo “norteño” narrando con acordeones y cuerdas la tragedia de Emilio Varela que quiso mezclar la traición con el contrabando y de siete balazos murió a manos de Camelia, la texana.
Muchos de los que no se resisten a la tradición preferirán escuchar y entonar el caso de Rosita Alvírez, o el de La Martina, aun más cercano a la problemática cotidiana de la sociedad, pues la infidelidad marital y la falta de pericia para mentir trajeron la muerte “justa” y a quemarropa de una quinceañera (véanse los habituales asesinatos de jovencitas en la frontera norte).
Más cercano de la sociedad, este corrido también es más cercano de la historia, más cercano de aquel corrido lastimero de Román Castillo con su caballo herido, y de los romances viejos españoles, y del Cid Campeador que en buena hora ciñó su espada, y del rey don Rodrigo, ultrajador de la sobrina del Conde don Julián, quien en venganza abrió las puertas y los puertos a los sables sedientos de sangre portados por los árabes.
También los españoles fueron sometidos por siglos, y durante ese tiempo de jodidez desarrollaron la costumbre de cantarse romancillos de pueblo en pueblo, con afán de pasarse noticias y razones. Romancillos que por azar llegaron en barco hasta este lado del mundo, y que en México –luego de varios siglos de aquella esclavitud que sirvió de escarmiento para los naturales de las Indias tanto como de sangriento frenesí para los ultramarinos– a aquellos versos octosílabos les dimos su revolcada insurgente y liberal, para luego organizar su reestreno durante la Revolución Mexicana, allá en el norte, cuando se cantaban de corrido las noticias y razones de lo que ya había pasado y lo que estaba por venir; ante un buen fuego, con un carrujo en la boca, un fusil o una guitarra entre las manos. ¡Cuántas lunas rojas pasaron y pasarán luminosas y oscuras sobre la voz cantante de los pueblos!
En la década de los sesenta –del siglo XX– los gomeros de opio hicieron famosas algunas de sus proezas contrabandistas gracias al corrido; y los salteadores de caminos comenzaron a ser los reyes de las carreteras, que no es lo mismo aunque venga siendo igual. La radio se llenó de melodías con acordeón y don Chalino y don Ramón vinieron a hacer antesala a los famosos Tigres. Todos del norte, siempre en el norte, como si aquella zona mexicana fuera un país diferente; pero no, el norte de México es quizá el México más puro, más auténtico, más cliché, donde el sombrero sigue sirviendo para taparse el sol, y el poder efectivo se pasea con botas en medio del desierto, empuñando una pistola cuyo cañón canta un himno de sonoro rugir.
El corrido fue fiel reflejo de esa época (la de los gomeros), porque ésa era su función. Pero vino luego lo que muchos llamaron “apología del crimen”, a través de la música de explotación… Fue entonces que el mal conocido y despreciado “narcocorrido” hizo su aparición en escenarios, trocas y casas disqueras. Historias macabras plagadas de lugares comunes y de balas se convirtieron en una verdadera amenaza para México que pronto se hizo realidad en valles y desiertos, en todo camino y toda ciudad. México está en el norte; y la muerte también. El pulso mexicano de último minuto está conectado a reglas de último milenio; las mismas reglas de aquel imperio decadente por sangriento; las mismas reglas de la espada victoriosa por sangrienta; las mismas reglas de las complejísimas guerras ilustradas, por sangrientas; las mismas reglas sangrientas de la dictadura, de la bola, del partido, del petróleo, de la banca, del saqueo, de la liberación y de sus máscaras sangrientas. El Estado Fallido se merece un buen corrido, por matón. Pero a nuestro romancero lo mataron.
Hace poco, en internet, me topé con varias versiones de un corrido muy curioso por absurdo: el corrido de "Lo mataron". La canción es simple, y con cualquier tonadita norteña X el lector podrá fácilmente hacerse una idea: “Lo mataron, lo mataron; lo mataron, lo mataron… etcétera” Durante 3 minutos y varias estrofas se repite la misma afirmación, que en sí misma parece decirlo todo: Lo mataron, y no hay más que contar. No hay sujeto, no hay principio, ni final. Sólo nos queda el verbo: “matar, matar, matar”, suspendido en una melodía circular que de tanto repetirse se vuelve eterna. Matar, un verbo tan humano pero a su vez tan mexicano, tan tradicional.
Tal parece que la tormentosa actualidad de este país da por sentado de qué se trata el negocio y la aventura, la noticia y la razón; que no es necesario dar explicaciones, que se habla de algo muy bien sabido por todos. La canción es económica, porque con tanto muertito que anda apareciendo, “lo mataron” se puede entonar (y se entona) a mansalva sin temor a equivocarse de sujeto, ni de historia. Tal parece, también, que –de tanto reciclarse– los antihéroes del narco se convirtieron en un producto “agotado”, que en este baile de las balas quienes se están cansando primero son los músicos, y que el corrido ya no puede caminar. Descanse en paz, si de veras lo mataron.