dimanche 27 novembre 2011

Adborescencia

A menudo siento. La vida se me pone en pausa y siento. Mis ojos se abren grandes ante el vacío de un sentimiento que me inunda y no puedo pensar. A menudo no estoy frente a nadie porque me pongo a sentir. Y es tan peligrosa esta situación que podría simplemente desbarrancarme con el automóvil a muy baja velocidad. Ante mis cuarenta alumnos y alumnas de gramática me sucede a cada rato. Los pies no sienten mi suelo y el suelo no se interesa por mis pies. Un entumecimiento en las manos me provoca escribir un verso en la pizarra y no puedo justificar su origen, ni su utilidad para el programa de la clase. Estoy perdido. Creo que simplemente estoy enloqueciendo. Siento una necesidad, una necesidad que me exige que reaccione: como el hambre pide abrir la boca, como una erección de madrugada reclama una calurosa compañía, como mi ventana abierta guiñe un salto. Y sí, sí... necesito, necesito: Tengo la boca abierta, y la erección más desesperada inunda las cavernas con mi sangre, y he saltado y caigo y caigo feliz, y caigo...
Un enamoramiento adolescente ha desviado mis objetos. No reconozco ya mi casa. No entiendo ya la ruta de regreso. Amor, me dice el alma. Amor, me dicen los secretos de la noche. Amor, me dicen las estrellas perdidas en las nubes. Amor. Y tengo ganas de llorar al borde de los ríos; de atravesar gritando las avenidas abotagadas de metal y gente; tengo ganas de saltar feliz hacia el costado de los puentes; de tocar las puertas de la policía y declararme culpable de lo peor... quiero morder hasta arrancar... Un enamoramiento sin objeto adolesce mis desvíos. Un objeto sin enamoramiento ha desviado mi adolescente. Un adolescente sin desvíos ha objetado mi enamoramiento.

1 commentaire:

cesar a dit…

Maestro: dicen los que saben, que escribir es un acto de desgarramiento interior. Procure que quede algo de usted para la posteridad.
Cuando leo su cuento, maestro, me asalta una imagen lóbrega, algo así como ver un alberca, en una mansión abandonada, llena de hojas amarillas en estado de putrefación, o verlo usted caminando en una de las calles parisinas (la misma imagen tengo de Juan José Arreola caminando en una calle en París con hojas amarillas --también putrefactas- en 1938)llenas de esa soledad estival.
Voy a seguir leyendo sus cuentos, maestro, y dejando comentarios.