La
humanidad ya no es lo que era. (Ese ideal de trascendencia animal.) La noción
de globo nos ha convertido en un amasijo fragmentario de personas habitando
este planeta en este tiempo, en esta dimensión. Amasijo fragmentario de
personas. Sí.
Los
mamíferos que ahora leemos; los que consultamos la web, somos solo una parte de
la humanidad; nunca seremos la humanidad entera. Y, sin embargo, aun
conscientes de ello, actuamos –a veces—como si el universo hubiese dado un
salto atrás del modelo copernicano, y fuésemos una bola de espejos en el centro
de una discoteca cósmica, alrededor de la cual las estrellas bailaran
desenfrenadamente.
En
realidad, al Siglo XXI hemos entrado sin una idea práctica de cuántos éramos,
ni de dónde veníamos. (¿Quiénes somos? Eso nunca lo sabremos.) Y aunque
internet nos sirva para obtener cualquier información (por más recóndita), nunca
veremos más allá de nuestras narices.
Integramos
una generación denominada occidentalmente como Millennial. Encarnamos la desorientación, el borreguismo (SÍ), la
desinformación, y otras queeriosidades. Triunfantes, aquel éxito tan añorado en
el Siglo XX, lo remplazamos fácilmente convirtiendo cualquier contenido
multimedia en un asunto “viral” de conversación colectiva –lo que sea que esto
signifique, tomando en cuenta
sesgadamente que la etimología de virus
apunta a la toxicidad y no al contagio—.
Nada
somos. Pobres citadinos, atados a nuestros aparatejos que nos conectan con el mundo. Nada somos consultando
la aplicación del tiempo meteorológico, junto a un rural que conoce el clima por
sus nubes. Un jovencito indígena se zambulle en el mar para sacar su almuerzo y
nosotros compartimos fotos de nuestro desayuno en Las Adas, Manzanillo (sic).
No
tenemos males profundos, al menos no nos damos cuenta de nuestros verdaderos
males. El hambre para nosotros es un fenómeno pasajero… Podemos, claro, señalar
el Hambre. Y cambiar nuestro estado
chistoso por uno altruista. Tenemos acceso a la imagen de los hambrientos, y
mirar sus imágenes –y hacerlas mirar a los demás—nos hace sentir tranquilos, más…
humanitarios. Aunque luego las fotos de food
porn no sosieguen nuestra propia hambre, y tengamos que levantarnos para
abrir el refrigerador y comer algo. Prueba de que sí somos capaces de acción.
Firmamos
peticiones, pero no tenemos ninguna noción sobre el derecho internacional, ni
penal, ni civil, ni animal, etc. Apenas conocemos la existencia de los derechos
humanos, ah, pero los defendemos a capa y
espada* porque humanos [*arcaísmo]. Somos capaces de radicalizaciones
momentáneas a raíz de la lectura de un encabezado dudoso. Hacemos llamaradas en
el pajar de los movimientos sociales. Sentimos la rebeldía como se siente la
adrenalina, durante un breve, pero suficiente instante. Ni muy muy, ni tan tan.
Nos sumamos fácilmente a cualquier causa, porque pertenecemos a una masa
dispersa y sin cauce. Nos reunimos por millares una y otra vez… pero en cada
ocasión con un hashtag distinto. Queremos
ser buenos y defendemos la civilidad, aunque nuestra ignorancia, nuestros objetos
de amor, y nuestro humor por determinados objetos sean claros signos de
barbarie. Si religiosos, no dudamos en hacer uso de nuestra intolerancia hacia
los pecadores. Si pecadores, no dudamos en hacer uso de nuestra intolerancia
hacia los religiosos. Burla del árbol caído.
Consuelo
de los afligidos es el chiste.
Tampoco
llevamos nuestros movimientos hasta el final; porque alguna vez nos pusimos a
creer en los finales felices; y por el momento ningún final promete felicidad
por mucho tiempo. Nos faltan ideales para dirigir el cañón de las armas regadas
por el mundo hacia el verdadero enemigo. Detrás de la pantalla estamos aterrados
(jajaja), muertos de miedo (lol); porque no conocemos el mundo por
nuestros ojos. Y sin embargo lo habremos visto todo… por internet.
No
hay millennial sin pantalla. Somos
los habitantes de una democracia empantallada. Entregamos nuestra personalidad a
cambio de un perfil. Ahí nos mostramos concienzudamente. Con máscaras al
infinito. Y detrás de todas esas máscaras una reducida zona de confort que nos
mantiene en silencio. Ejemplo: Una aplicación de móvil nos permite detectar que
hay una persona interesante en el mismo vagón del metro, sin que tengamos que
levantar la mirada. Ejemplo: El gran hermanoogle nos propone contenidos basados
en nuestra frecuencia de búsqueda. Así podemos obtener la nueva edición crítica
de “El Capital” y camisetas de “El Che”.
Pero
nuestros avatares no cambiarán el mundo. Solo los violentos surgirán de ese
clamor virtual, para romperlo todo. Y desde el teléfono, desde el ordenador,
desde nuestras gafas conectadas a la red, veremos a los violentos arrebatarnos –otra
vez—el mundo. Y quizá tomemos alguna fotografía, algún vídeo, y lo subamos al feis para forrarnos de me gusta, con un eventual debate en el
desfile de comentarios fugaces e intrascendentes.
¡Ah!
La fugacidad de todos los discursos.
¡Ah!
La velocidad de los memes.
¡Ah!
La caducidad de la memoria.
¡Ah!
La banalidad de la violencia.
¡Ah!
La facilidad de radicalización espontánea.
¡Ah!
Lo efímero ¡Ah! nos arrebata ¡Ah! lo más humano ¡Ah! de nosotros.
¡Ah!
Las flores volverán.
¡Ah!
Y nosotros les tomaremos fotos.
¡Ah!
El verano llegará.
¡Ah!
Durante millones de años el verano llegará.
¡Ah!
Pero nuestros perfiles desaparecerán.
¡Ah!
Para siempre nuestros perfiles desaparecerán.
***
Sumergidos.
La cabeza clavada en otra parte. Nos estrellaremos con el destino y seguiremos caminando
sin mirar… hacia el abismo.
Me
contaron que un sujeto dijo en broma, por la radio, más o menos lo siguiente:
“Que
me envuelvan desnudo en una piel de oso, cuando yo muera. Que me entierren parado,
muy profundo, en medio de la nada. Hondo, muy hondo, en una tumba honda como el
origen del mundo. No quiero que dentro de 1000000 años los arqueólogos extraterrestres
del futuro me vinculen con esta estúpida generación.”
Me
dio tanta risa que lloré.
Pero
diréis vosotros que mi pesimismo no deja pie a la esperanza.
Os
digo, os digo:
Ojalá
mi paranoia se equivoque. Ojalá sea verdad que de esta masa informe surgirá aquel
mundo justo y vigilante que soñamos. Ojalá que los objetos dejen de poseernos algún
día y volvamos gozosos a respirar el aire del invierno (con sentido). Ojalá que
de esta larga noche nazca un sol divino.
Amén.
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