lundi 9 mars 2009

El pie con la cabeza











Cuando amanezca, y te des cuenta de que el sol no sale por mis poros, buscarás la luz en otra piel. Pero, pobre de ti, pequeña bestia ingenua, mi segunda piel es aun más oscura, y vivo solo.



Día de Dios. Dómine. El tiempo se vuelca sobre el ritmo de los días. La luna crece de noche, frente al globo bipolar, discreta, con la luz platinada de un astro rojo bañando la superficie lánguida e infértil de su cuerpo. En el océano los grandes monstruos repliegan sus colas; no sonríen, pues no saben nada de sí mismos ni de su enormidad. El mundo azul a veces se vuelve verde. No existe el Hombre y todo está bien.



Ahí, en esa materia sideral desconocida, el tiempo tiene prisa y se detiene un poco, para correr después, más rápido, más poderoso a cada paso que da. Aún no hay conciencia, ni Señor de los Señores, y no importa, el mundo sigue bien. Los árboles se mecen, se mecen, se mecen…



En el instante eterno de estas volteretas, entronizada en la lejanía de las estrellas, una Voz, como una chispa en el vacío dice “¿Quién soy yo?” “¿Quién es este espacio que todo lo gobierna?” Y desde las entrañas de la noche surge un vientre, una dilatación que no detiene su apertura, fuente de luminosidad entre la nada, Madre de los hombres: “Yo Soy”. Y fueron mujer y hombre, hombre y mujer puestos en tierra. Cópula del tiempo y el espacio, memoria elemental de las partículas divinas.



Ah, la invasión, catástrofe de los planetas perdidos. Los ojos se reprodujeron de par en par. El mundo se hizo millones. El verde se volvió gris, y el azul perdió sus monstruos; las sonrisas de los hombres vivificaron el fuego, y la tristeza sus cenizas. Esta tierra se presenta en un Ahora que nos arde en las pestañas y, a partir de esta palabra, el laberinto se extiende por el horizonte.



Hombres y mujeres, en el tiempo que transcurre bajo sus propias pisadas, se convierten en nosotros. Este tiempo. Mujeres. Hombres. Nosotros. Ojo del presente, la medida de la percepción. Plural y singular en una sola forma redonda. La tierra pare sus hijos y los enseña a andar sobre sus territorios. Ahora sola mujer. Hoy solo hombre. Somos un siempre principio, somos un siempre final. Ante la vida, la ceniza. Junto a la calavera, los niños:



Una mujer busca entre las calles de una ciudad desvanecida, la ruta de su regreso. “Aquí me quedé”, piensa… y anda sobre el laberinto. Los cuernos de la ironía se carcajean, mientras ella desespera. Vuelve sus pasos. Medita. Las construcciones se tuercen y la mueca recupera su conciencia. La mujer, confundida, hace la señal. “Transporte”, dice un vehículo blanco. Ella no se fía, pero finalmente sube. “Voy a San Jesús, al otro lado del camino”. En su destino, al apearse, la iglesia del bautizo en su recuerdo. “Madre de Dios, qué estoy haciendo aquí”. La puerta es alta. Una vieja oculta tras la sombra su oración arcaica, mientras la mujer repite, sin saber, la misma letanía. “¿Quién eres tú?” La mirada blanca. El libro antiguo. Las manos lunariegas. Luz al centro de la tenebrosa nave. No más temor, no más nada. No hay transporte en este pueblo.



Un hombre, al centro de un cráter vacío, tira de la corteza de un árbol gigantesco y muerto. Un metal, aún brillante, surge entre la piel del tronco y su savia endurecida. La inscripción grita por sí sola el sentido de las cosas, de todas las oscuridades y todas las razones luminosas. “Halen más fuerte”, grita a los otros hombres, pero en su entorno no hay nada, ni hombres, ni volcanes. Sólo cráter, árbol, hombre e inscripción. La fuerza de sus manos arrancan una placa brillante del tronco que ahora despierta. Tiempo de retorno. Vuelta. Un gemido terrible. Un filo de machete se sumerge sobre la superficie de la tierra y el dolor se extiende como ondas sobre el mar.



Sobre la angustia del mundo, una flor, en el centro de la nada, renace ante un ojo sorprendido. La cola de los monstruos de mar vuelve a su ritmo. La cauda del tiempo recoge sus pestañas.

1 commentaire:

Ros a dit…

(=

chido volver a leerte.

saludos, Josué.