jeudi 15 décembre 2011

Escuchar la novena sinfonía metido en la oficina trece un viernes quince del mes doce del dos mil once; ah, qué siglo tan veintiuno

"Qué fuerte... ahahaha...", se ríe la compañera al teléfono. "No te puedo creer", dice mientras la batería se le recarga en el oído. "Poooobre... ¿cuántos años tiene?... Pero desde el primer mes quiere ir a terapia de pareja... ... pero es que, no puedes empezar con alguien yendo a terapia de pareja."... ... etc.
Me duele la garganta y hago lo posible por no escuchar la conversación. Pero no puedo. El estómago me pide algo, mi cabeza da vueltas en cuatro o cinco temas. Todo es tan físico, todo es tan material. Desde mi computadora emerge, despacito, una tonada que retumba. Una tonada emitida por decenas de instrumentos, desde una sola bocinita. Una tonada escrita hace ya siglos y más siglos. Y mi garganta sigue que te duela y duela. "Tic, tac", dice sin ganas el reloj, pero sin detenerse nunca. Son las tres y media, o casi. Las cosas siguen igual. Mi estómago me está pidiendo algo. La compañera sigue riéndose al teléfono. La copiadora parpadea como queriendo dormir. Los ventiladores de todos los ordenadores zumban como un enjambre de moscas. Lo único que avanza es el tiempo o mi reloj. El ordenador tenía programados saltos en la música, y después del primer movimiento de la sinfonía se me aparece delante una banda metálica y triste, que arrastra los pies sobre las avenidas, que camina y camina y gime y sigue caminando sin llegar jamás a alguna parte.
Y aquí estoy yo, con estas orejas que no paran.

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