¿Quién nos va a decir que nos calmemos? ¿Quién va a asegurar
que son casos aislados? ¿Quién es el que aquí está exagerando?
Josué Solís Hernández
(Este texto es una ficción, su fuente no)
Me dijeron
que unos hombres se llevaron a mi hermano. Que lo levantaron en una
camioneta y se largaron al fondo de la chingada. Horas más tarde
llamaron al celular. Era un secuestro de Los Plateados de Altamirano,
o quienes quiera que fueran esos hijos del diablo; querían dinero a
cambio de mi carnal; dinero, dinero, todo el dinero. Y yo acordándome
nomás de las bañadas en el Chacamero, de cuando estábamos morros.
Y yo nomás acordándome de las promesas que no le cumplí. Y de las
regañadas que nos metía su madre (y la mía) cuando no volvíamos a
la casa a la hora que ella mandaba. Y de cómo lloraba el vato cuando
no le daban lo que quería; y sus chillidos cuando algo le dolía. Y
sí, era él. Clarito se oía que era él en el teléfono, pidiéndome
ayuda otra vez. Y luego la voz burlona esa, diciéndome que nomás
que avisara a la policía, y que nomás que me tardara con el varo, y
que nomás que no me moviera; que los días de mi carnal estaban más
contados que sus dedos. Me ordenó que yo no les llamara. Que ellos
me iban a decir dónde y cuándo y cómo. Pero eso sí, que querían
tanto. Y yo, ¿tanto? Pero... Y colgaron, y ya. Ahí me tienen
buscando, pidiendo prestado, sacando lo que teníamos en el banco. Y
ahí estoy en la noche, llorando como un loco, pateando las puertas y
golpeando las paredes. Hermano. Hermano. Hermano. ¿Dónde estás
ahorita? Y el teléfono que no sonaba. Y el dinero ahí, haciendo un
ruido raro, como queriéndome hablar. Sonó el teléfono. Me dijeron
el lugar y la hora y lo que tenía que hacer. Y ahí voy, con el varo
cagándose de risa por su inmortalidad, y con el corazón
saliéndoseme de miedo. Y con los ojos rojos. Y el abrazo de mi vieja
todavía pegado en la camisa. Y ese olor a flores, ese olor que me
decían que a veces baja desde el cerro de las plumas, desde
Pungarabato. Y el canto de un tecolote revoloteando en mi cabeza. Y
la voz de mi hermano diciéndome que no lo voy a alcanzar. Y su
recuerdo corriendo delante de mí, riéndose desesperado y sin poder
respirar. “A que no me alcanzas. A que no me alcanzas”. Dejé el
dinero, ahí. Lo entregué. Pero... ¿Qué vi entonces? ¿Qué pasó?
¿Por qué no me acuerdo de nada? ¿Los vi? ¿Reconocí a alguien?
¿Qué salió de ese agujero? ¿Qué es eso? Es como si hubiera visto
una cara frente a mí; una cara sin rostro que me fuera a tragar
vivo. Y entonces me fui corriendo. ¿Dónde está mi carnal? ¿Va
delante o viene detrás? No me van a alcanzar estos malditos. No me
van a alcanzar.
“12/02/2014.
Ciudad Altamirano, Guerrero. Erasmo González Reyes, de
40 años, fue asesinado a tiros después de pagar el secuestro de su
hermano cuando fue seguido y atacado en la calle Pungarabato casi
frente a la Casa de la Cultura.”
1 commentaire:
Que poca madre.
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