Cuando
se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y
el corazón afuera.
“Los
hijos infinitos”, Tomás Eloy Blanco
Josué
Solís Hernández
(Este
texto es una ficción; su fuente no)
Delicado, el
elefante se levanta y echa a andar. Sobre sus lomos se extiende una
alfombra magnífica de bordados misteriosos. Sentada ahí, una
pequeña niña observa, atónita, el horizonte que le espera. El
enorme mamífero camina por encima de la frontera entre el sueño, la
realidad y la muerte. Los pasos de la bestia son pasos de bestia. Su
aliento bestial. Sus ojos infinitamente oscuros. Sobre la piel gris y
rugosa de sus mejillas escurren una suerte de lágrimas espesas que
brillan, con la claridad de un cristal precioso hallado entre las
piedras. La pequeña niña mira a uno y otro lado de la frontera. La
bestia camina sobre los límites y no toca ninguno de los tres
inmensos territorios que ahí convergen. A lo lejos se alcanza a
mirar una montaña, y sobre la montaña una fortaleza blanca de la
que parecen emanar destellos de alborada. El cielo no tiene ningún
color; o los presenta todos juntos. Un viento ligero vibra con las
notas de una musiquilla infantil que se detiene bruscamente y vuelve
a comenzar. El viento va, vuelve, agita las orlas de la alfombra
donde descansa ella.
–Está
moviendo los ojos, dice la enfermera, seria, disimulando sorpresa;
escapando a la angustia.
–Es
normal. Debe estar soñando.
Siguiendo su
inestable rutina, el médico sale de la habitación hacia un pasillo
donde la pulcritud de las lámparas eléctricas es mutilada por el
deambular de ruedecillas chirriantes en camillas, la envolvente
sordidez de una atmósfera estéril, y la sospecha afilada de que la
sangre ha corrido por alguna parte. Al fondo del corredor, una
televisión agita las sombras. El vigilante mira una breve pantalla
portátil con antena metálica. Un hombre vestido con traje negro y
corbata roja está dando el noticiero. Nuevos extravíos en la
ciudad. Varios adolescentes y niños han desaparecido en pocas horas.
Alerta Mediática para Buscar Extraviados Recientes. En el noticiero
han preparado los testimonios de una madre angustiada y de un jefe de
policía. El reportero imposta su voz, pretendiendo desesperadamente
un estilo que no falta de gravedad. Las voces de la televisión
rebotan en las paredes del hospital, ligeramente, y se expanden casi
inaudiblemente con ayuda de otras vibraciones en el edificio.
Es de noche.
El cielo no tiene ningún color; o los presenta todos juntos. Las
cortinas fueron corridas. La enfermera intenta distinguir entre la
oscuridad y la habitación iluminada que se refleja en el doble
vidrio de la ventana. –Apenas tiene tres años, dice al teléfono.
Su familia no se pone de acuerdo sobre lo que hay que hacer. Su madre
la molió a golpes. Nadie sabe por qué. Se desmayó y no ha
despertado. Me da mucha lástima verla conectada. Parece que tuviera
años dormida. Pero es una niñita.
En medio de
su tonada se filtran voces que la niña parece reconocer. Una voz de
mujer repite su nombre, buscándola. La llaman, otra vez. La pequeña
sonríe hacia el valle del sueño. El elefante sigue su camino y se
aleja. La musiquilla para bruscamente y vuelve a comenzar,
distorsionada esta vez por sonidos de la televisión, anuncios
comerciales. El viento arrastra un lejano olor de carne o de basuras
abandonadas en el parque. Huele a humo también. Su madre grita.
Sobresalto. La niña fija sus ojos en el desierto de la realidad y
tiene miedo. La música se interrumpe y vuelve a comenzar. Los pasos
del elefante se dirigen al terreno de la muerte. Una máquina de
ritmo cardiaco se detiene, se apaga, silenciosamente.
“19 de
febrero de 2014. Tijuana, B.C. Amber Ximena tenía 3 años de edad.
Perdió la vida luego de permanecer diez días en coma en el Hospital
General, tras ser golpeada por su mamá.”
2 commentaires:
Te leo. Te mando un abrazo.
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